Cuando Eliphas Lévi encontró a la Abuela Margarita

Kabbalah viva, memoria ancestral y la frase que nos despierta: “No aprendemos, recordamos”.

¿Quién fue la Abuela Margarita? Para muchas y muchos, una Guardiana de Sabiduría Ancestral en México: abuela espiritual, caminante de ceremonias, voz de la Tierra y del corazón. No hablaba desde la teoría: hablaba desde el fuego. A ella tuve la fortuna de conocerla y convivir con ella y cuando le escuché por primera vez la frase que mejor resume la Kabbalah viva: “No aprendemos: recordamos” supe que ella sin saberlo era una Cabalísta.

En uno de esos planos donde el tiempo ya no tiene dirección y los símbolos flotan como semillas de luz, Eliphas Lévi observaba el Árbol de la Vida.
Cada sendero vibraba con un color, cada letra hebrea susurraba un nombre del Creador.
El viejo mago meditaba sobre la unión entre lo visible y lo invisible, cuando una presencia lo envolvió con aroma a copal y tierra húmeda.

Era la Abuela Margarita.

Venía descalza, con el cabello blanco y la mirada llena de soles antiguos.
No traía libros ni pergaminos, solo una sonrisa que sabía más que todas las bibliotecas de Occidente.
Eliphas la miró con asombro, reconociendo en ella el misterio del Da’at —la conciencia que une la sabiduría con la comprensión.

—Tú vienes del linaje de los iniciados —le dijo él—, de los que guardan el conocimiento oculto.
—No, hijito —respondió ella, riendo—. Yo no guardo nada. Solo recuerdo lo que todos hemos olvidado.

Aquella frase lo detuvo como un relámpago en el alma.
Él, que había escrito tratados sobre los arcanos, comprendió de pronto que la Abuela no era una maestra del saber, sino del recordar.
Donde él había dibujado diagramas, ella tejía historias.
Donde él invocaba nombres divinos, ella soplaba el fuego sobre el copal y decía: “Todo ya está dentro.”

—Entonces —dijo Eliphas, inclinando su cabeza—, ¿la iniciación no es aprender?
—No, mi niño. Es volver a ser.
—¿Y la Kabbalah?
—La Kabbalah es un río —respondió ella—.
Unos lo llaman ciencia, otros misticismo, pero en verdad es el camino del corazón que recuerda su origen.

El Árbol de la Vida, que hasta ese momento había brillado en tonos dorados, comenzó a florecer.
De sus raíces salieron serpientes de luz que danzaban alrededor de ambos.
Eliphas entendió que ella representaba la Shejiná, la presencia femenina del Creador, la sabiduría que no se estudia sino que se vive.

—Tú hablas como los profetas —dijo el mago.
—Y tú piensas como los ángeles —respondió la Abuela—.
Pero ambos somos lo mismo: chispas recordando el fuego.

Y entonces rieron.
El universo rió con ellos.
El Árbol tembló de alegría, y en su tronco apareció una inscripción luminosa:

“No aprendemos. Recordamos lo que el alma ya sabía antes de nacer.”

Desde entonces, en los planos superiores, cuentan que cuando los cabalistas elevan su conciencia hasta Biná, escuchan una risa femenina mezclada con un eco antiguo de sabiduría.
Es la voz de la Abuela Margarita, recordándole a los sabios que la verdadera magia no está en los libros, sino en el corazón que se acuerda.




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