El yo es nuestra esencia, lo que caracteriza a un individuo. Sin embargo, se
encuentra sujeto a constantes cambios; lo único que perdura es una mera cáscara
externa dotada de vida. Por ello suele decirse que, el hombre, es como si naciera
a cada momento. Pero si así fuera, ¿cómo deberíamos entonces relacionarnos
unos con otros y cómo deberíamos percibirnos a nosotros mismos? ¿Cómo
podemos estabilizar algo dentro y alrededor nuestro si constantemente estamos
cambiando y todo lo percibimos en función de nuestro estado interno?
El Creador es la fuente de Luz (placer). Así lo sienten todos los que se
acercan a Él. Esas personas –aquellos que llegaron a acercase al Creador y que,
por tanto, Lo perciben– son denominados cabalistas (de la palabra Lekabel:
recibir la Luz del Creador). Solo podemos acercarnos al Creador a través de la
equivalencia de deseos. El Creador es incorpóreo: únicamente podemos sentirle
con nuestro corazón. Y en este caso, la palabra “corazón” obviamente no hace
referencia a la bomba que impulsa sangre por nuestras venas, sino al centro de
todas las sensaciones humanas.
Y aunque uno no pueda sentir al Creador con su corazón, sí puede hacerlo
con un pequeño punto que se encuentra en él. No obstante, para poder llegar a
sentir este punto, debe ser el propio hombre quien lo desarrolle por sí mismo.
Una vez que esté desarrollado y expandido, la sensación del Creador, Su Luz,
podrá entrar en él.
El corazón es la suma de nuestros deseos egoístas, y ese pequeño punto
dentro de él constituye parte del deseo espiritual, altruista, implantado desde
Arriba por el Creador. Nuestra tarea es la de nutrir ese deseo espiritual en estado
embrionario, de tal manera que sea él –y no nuestra naturaleza egoísta– quien
determine todas nuestras aspiraciones. Al tiempo, el deseo egoísta del corazón
acabará rindiéndose, retrayéndose, marchitándose, disminuyendo.
Una vez que hemos nacido, una vez que nos encontramos en nuestro mundo,
estamos obligados a transformar nuestro corazón egoísta en uno altruista. Y
todo ello mientras vivimos en este mundo. Este es el propósito de nuestra vida,
el motivo de nuestra aparición en este mundo y la meta de toda la creación. La
total sustitución de los deseos egoístas por otros altruistas se denomina “el Final
de la Corrección”. Cada individuo (y toda la humanidad en su conjunto) tiene
la obligación de alcanzarla en este mundo; y mientras no lo haga, volverá a naceren este mundo una y otra vez. Acerca de esto –y solamente de esto– es de lo que
nos hablan todos los profetas y la Torá. El método para dicha corrección recibe
el nombre de “Cabalá”.
Podremos cambiar nuestros deseos siempre y cuando deseemos hacerlo. El
hombre fue creado como un egoísta absoluto: es incapaz de adoptar diferentes
deseos de otras personas ni del mundo que le rodea, pues su entorno es igual
que él. Pero tampoco posee un vínculo con los mundos espirituales porque,
dicho vínculo, solamente es posible a través de atributos similares. Lo espiritual
solo puede ser percibido dentro de los deseos altruistas.
Por lo tanto, las posibilidades de un individuo para transcender por sí
mismo los límites de este mundo son nulas. Es por eso que nos fue entregada
la Torá y lo que constituye su parte más eficaz: la Cabalá. Todo con objeto de
ayudar al hombre a adquirir los deseos de los mundos espirituales.
El Zohar (Libro del esplendor)
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