De acuerdo con el Zohar, los cónyuges y sus compañeros residen en el Edén o La Casa del Tesoro de las Almas, como le llaman, hasta que llega el momento de su encarnación. Todos dejan el Paraíso muy renuentes, y para nacer, descienden al mundo físico. Aquí comienza un largo viaje de regreso hacia la Fuente. Al principio todos viven juntos, pero más tarde se dispersan para adquirir experiencia. Cuando alcanzan el nivel de madurez individual se encuentran de nuevo y se reúnen con los demás para llevar a cabo su parte en el plan Divino, en el cual sus vidas, así como su trabajo se convertirá en el reflejo del Santo.
No es necesario decir que una vida no es suficiente para completar el entrenamiento ni la misión de cada individuo. De acuerdo a la Kabbalah, el ciclo de la transmigración de las almas llamada Gilgulim o Ruedas, es necesario para completar un destino. Sin embargo, las almas gemelas a menudo tienen que separarse para aprender lecciones importantes antes de que puedan unirse como una pareja sabia y confiable que pueda llevar a cabo su función espiritual conjuntamente. Debido al libre albedrío y a los inevitables errores esta reunión se demora, ya que el karma o el Midah ke-neged Midah, “Medida por Medida”, como le llaman los kabalistas, se cumple. La búsqueda de la alma gemela es parte de este proceso y cuando todo llega a su término la pareja se encuentra y se une.
El individuo descarnado, entre vidas, regresa a los mundos superiores, primero para pasar a través de un período de limpieza purgatoria de reflexión, y después a su nivel apropiado. Esto puede ser Gehenna, o el Infierno, el sitio donde los pecadores persistentes se encuentran aislados soportando la desagradable compañía de todos los demás. O puede ser lo que se llama el Paraíso Terrestre, donde el Jardín del Edén es el medio ambiente para un buen merecido descanso. Algunas almas más avanzadas pueden ascender al Paraíso Celestial donde se vive un orden de vida más refinado después de la muerte. Algunos otros, aquellos que han desarrollado su capacidad espiritual, pueden elevarse para alcanzar uno de los Siete Vestíbulos del Cielo, donde las llamadas Academias de lo Alto se encuentran presididas por eminentes maestros.
El tiempo transcurrido en los mundos superiores depende de muchos factores. En la mayoría de los casos, se trata de una generación para que así los miembros de un solo grupo de almas puedan reunirse y descender a la tierra al mismo tiempo y así continuar su desarrollo o su trabajo colectivo cumpliendo con su destino kármico. Los individuos o los grupos más avanzados, los que han aprendido a vivir en el espíritu, pueden escoger cuándo y dónde renacer para cumplir con sus misiones especiales. Estos son las grandes mujeres y los grandes hombres que hacen la historia. Como puede verse, existe un vasto proceso en la progresión de los seres humanos que ascienden y descienden por La Escalera de Jacob. Este panorama está descrito en El Libro de Enoch, una obra del período Hekalot, en el cual Metatrón muestra a un cierto rabino, Ishmael, una enorme cortina cósmica que cuelga del Cielo, el Pargod. Su diseño representaba la forma total de la historia, desde el principio de los Tiempos hasta el Final de los Días, hasta completar el Plan Divino. Los hilos individuales que constituyen esta tela señalan la secuencia de los hados que una persona debe vivir para poder aprender y ejecutar su destino.
Existen muchas calidades de hilos, algunos son de oro; algunos de plata; y otros de toda clase de fibras. Sin embargo, cada uno tiene su lugar en la característica del patrón, que en su momento se ajusta dentro del gran diseño de esta cortina.
Se dice que el lugar central del Pargod es la residencia del Mesías. Esta es la persona que, estando encarnada, en cada generación sostiene la posición de ser la conexión entre todos los mundos. Solamente un pequeño número de personas en la Tierra sabe quienes son los Lamed Vav, los “Treinta y Seis” justos, aunque El Grande y Santo Concilio del Cielo presidido por Metatrón lo conoce a él o a ella. El Mesías es la punta de lanza de la humanidad encarnada, seguido por la compañía de seres iluminados.
Un día el gran santo del siglo dieciocho, el Baal Shem Tov, fundador del movimiento hasídico de la Europa oriental, iba con un estudiante conduciendo su carreta. De pronto se detuvieron ante una choza frente a la cual, El Maestro del Buen Nombre” (como le llamaban), se inclinó ante un anciano caballero judío. Curioso de saber la razón por la cual su maestro se mostraba tan respetuoso, el estudiante le preguntó a medida que se alejaban, que quién era este hombre. La contestación fue, “EL Mesías”.
Texto del Rav. Shimon Halevi
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